Por Karl R. Popper
“El ataque del marxismo a nuestra civilización occidental ha sido objeto de estudio de mi parte. La Revolución de Lenín y Trotsky de septiembre de 1917 marcó el comienzo de ese ataque. Su fracaso lo hemos experimentado todos los que estamos aquí como testigos de una época”.
“La victoria del marxismo en Rusia y las enormes sumas que los comunistas habían dedicado para fines de propaganda y para la organización de la revolución mundial, habían conducido por todas partes en Occidente a una polarización política radical entre izquierdas y derechas. Esta polarización preparó el camino al fascismo –primero en Italia bajo Mussolini, cuya política la copiaron enseguida movimientos fascistas en otros países, sobre todo en Alemania y Austria- y en determinadas regiones a la guerra civil, a una guerra civil muy unilateral, puesto que se llevó a cabo sobre todo por parte de los terroristas de derechas”.
“Por consiguiente, se desarrolló la siguiente situación: al Este, en particular la Unión Soviética, se encontraba bajo el dominio dictatorial de un marxismo sin escrúpulos, que se apoyaba en una poderosa ideología y en un inagotable arsenal de mentiras. El Oeste estaba continuamente amenazado por una violencia potencial (pero raramente real) procedente de las activas fuerzas de izquierda, que tenían detrás de ellas el influjo de los partidos marxistas, la propaganda y la fascinación ejercida por el poder de Rusia., así como la esperanza en la consecución de una sociedad socialista. Esto provocaba en la derecha una contraviolencia real y fortalecía así a los fascistas. Alemania, Austria y la parte sur de Europa alcanzaron el fascismo en vista de que se había agudizado la polarización entre las izquierdas y las derechas. En la cruenta Guerra Civil en España, que en última instancia significaba para los soviets y para los nazis alemanes un experimento en la moderna forma de hacer la guerra, esta polarización alcanzó su punto más álgido”
“Mi teoría para estos grandes y significativos acontecimientos de los que fuimos testigos a partir de 1989 y cuyo fin todavía no se adivina, mi teoría de la enfermedad que condujo a la muerte del marxismo, se puede resumir en la siguiente fórmula:
El marxismo ha muerto de marxismo.
O, más exactamente dicho: el poder marxista ha muerto por la esterilidad de la teoría marxista. Puede ser que la teoría marxista, la ideología marxista, fuera muy inteligente, pero corría en sentido contrario a los hechos de la historia y de la vida social; se trataba de una teoría sumamente errónea y muy altanera. Y se disimulaban sus muchas fallas, sus cuantiosos errores teóricos con innumerables pequeños embustes y también con grandes mentiras. Las mentiras defendidas con un ejercicio del poder brutal y con la violencia se convirtieron muy pronto en la moneda intelectual corriente de la clase comunista que gobernaba con poder dictatorial en Rusia y de la ambiciosa clase de los dictadores con altas aspiraciones de fuera de Rusia”.
“Este universo de mentiras se contrajo en un agujero negro intelectual. Como ustedes saben, un agujero negro dispone de una fuerza ilimitada para tragarse todo, para destruirlo, para reducirlo a la nada. La diferencia entre verdad y mentira se desdibujó. El vacío espiritual terminó por devorarse a sí mismo. Consiguientemente, el marxismo ha muerto de marxismo, y, para ser exactos, ya hace largo tiempo. Sin embargo, me temo que millones de marxistas se aferrarán a él tanto en el Este como en el Oeste. De la misma manera en que lo han hecho siempre hasta la fecha, sin tener en cuenta lo que suceda en el mundo real: los hechos se pueden ignorar o dejar de explicar”.
“Voy a intentar desarrollar un poco más vivazmente mi discurso, contándoles una historia de mi primera juventud: cómo me hice marxista –o estuve muy cerca de serlo-, y cómo se explica que me transformara para el resto de mi vida en un antagonista del marxismo”.
“Ahora quisiera describir esta trampa ideológica y finalmente relatar cómo me escapé de ella: para estos fueron decisivas la conmoción moral que me produjo una horrible experiencia, y una enorme repugnancia moral”.
“La teoría marxista, o la ideología marxista, tiene varios aspectos, pero el más importante con mucho es el siguiente: se trata de una teoría de la historia que al parecer está en situación de predecir con certeza absoluta y científica (aunque también sólo a grandes rasgos) el futuro de la humanidad. Expresado con más exactitud, sostiene poder predecir una revolución social de la misma manera que la astronomía newtoniana puede predecir un eclipse de sol o de luna. Marx fundamentó su teoría sobre el siguiente conocimiento fundamental: «La historia de todas las sociedades hasta la fecha es la historia de la lucha de clases»”
“En 1847 Marx anunciaba por primera vez, al final de su libro La miseria de la filosofía, que la lucha de clases tiene que culminar en una revolución social, y que ésta conduce a la instauración de una sociedad sin clases o comunista. Su argumentación era muy breve: puesto que la clase trabajadora (el «proletariado») es hoy como ayer la única clase oprimida, aparte de que representa a la única clase productiva y, además, es la clase a la que pertenece la gran mayoría, tiene que llevar necesariamente las de ganar”.
“Y puesto que la historia es la historia de la lucha de clases, esto significará el final de la historia. No habrá ninguna guerra más a partir de esa culminación, ni ninguna lucha, ni violencia ni opresión; el poder del Estado se reducirá a la nada. O expresado en términos religiosos: será el cielo sobre la tierra”.
“Los trabajadores de todos los países se unirán y la revolución social conducirá a la victoria. El capitalismo será destruido junto con sus capitalistas, éstos serán liquidados, y habrá paz sobre la tierra”
“Yo era desde el principio escéptico de alguna manera respecto a lo referente al paraíso que debía seguir a la revolución. Naturalmente, me desagradaba la sociedad de entonces en Austria, marcada por el hambre, la pobreza, el paro y la inflación galopante, tanto como por los especuladores de mercancías que conseguían sacar provecho de todo esto. No obstante, me intranquilizaba la patente intención del Partido de despertar en sus seguidores un instinto en mi opinión asesino contra el «enemigo de clase». Pero se me explicó que esto era necesario y que en cualquier caso no se pensaba demasiado en serio; en una revolución cuenta únicamente la victoria, puesto que bajo las condiciones del capitalismo se asesinarían cada día más trabajadores que en el curso de toda la revolución. Me quedé conforme con ello de mala gana, sin poder deshacerme del sentimiento de tener que pagar un alto precio en lo concerniente a mi credibilidad moral. Y además estaban las mentiras superiores del Partido”.
“Era obvio que decían un día una cosa y al día siguiente justo lo contrario y un día más tarde de nuevo algo totalmente distinto. A modo de ejemplo, primero negaban el Terror Rojo, para poco después afirmar que era necesario. Cuando protesté, me hicieron saber que estas contradicciones eran necesarias y no se debían criticar, puesto que la unidad del Partido era de una importancia decisiva para el éxito de la revolución. Podía ser, claro, que se cometieran errores, pero no estaba permitido denunciarlos públicamente: la lealtad a la línea del Partido tenía que ser absoluta. Pues sólo la disciplina del Partido podría acarrear más rápidamente la victoria. Y por más que yo aceptaba esto de mala gana, tenía el sentimiento de estar sacrificando al Partido algo así como mi integridad personal”.
“Y entonces sucedió la catástrofe: un día de junio de 1919 unos policías abrieron fuego sobre una manifestación de jóvenes camaradas desarmados respaldada por el Partido, y hubo algunos muertos (ocho, si mal no recuerdo). Yo estaba indignado con el proceder de la policía, pero también conmigo mismo”. “Me sentía responsable por ellos y la conclusión a la que llegué fue la siguiente: ciertamente tenía derecho a poner en juego mi vida por mis ideales. Pero, con seguridad, no tenía derecho a animar a otros para que arriesgaran su vida por mis ideales y todavía mucho menos por una teoría como el marxismo, cuya verdad posiblemente se podía poner en duda”
“Pero cuando llegué a la central del Partido me encontré con una actitud muy distinta: la revolución exigía semejantes víctimas; eran inevitables. Por lo demás, esto significaba un progreso, pues hacía que los trabajadores se enfurecieran cada vez más con la policía y velaba porque aquéllos tomaran conciencia del enemigo de clase…… No volví nunca más allí; me había escapado de la trampa marxista”.
“El capitalismo, en el sentido de Marx, ya no existe. La sociedad que Marx conocía ha pasado por grandes, mejor dicho, grandiosas revoluciones. El trabajo manual insoportablemente duro y agotador de antaño, que tenían que ejecutar millones de hombres y todavía más mujeres, ha desaparecido. Yo la he visto todavía [a esa sociedad], con mis propios ojos; y nadie que no la haya presenciado por sí mismo, puede hacerse una idea clara de la transformación radical que ha tenido lugar: de hecho, una revolución que tenemos que agradecer al tan denostado progreso de la tecnología”.
“Un «capitalismo» en el sentido histórico, en el que Marx empleaba el término, no ha existido nunca en este mundo: nunca ha existido una sociedad con una tendencia inherente en el sentido de la Ley de depauperización creciente de Marx o con una dictadura secreta de los capitalistas. Todo esto era y es puro autoengaño. Concedido, la vida al comienzo de la industrialización era enormemente dura. Pero industrialización significaba también productividad creciente y enseguida producción en masa. Obviamente, la producción en masa encontró finalmente su camino también hacia las masas. La interpretación histórica de Marx junto con su profecía no sólo es falsa –es imposible: no se puede producir algo de forma masiva, que según su doctrina esté predestinado para los cada vez menos numerosos ricos capitalistas. Por consiguiente, es un hecho: el capitalismo de Marx es un constructo mental imposible, una quimera”.
“Para destruir esta quimera, la Unión Soviética reunió sin embargo un arsenal de armas sin precedentes hasta la fecha, incluidas armas atómicas, en una magnitud que calculando equivale aproximadamente a 50 millones o todavía más de bombas-Hiroshima. Todo esto para aniquilar un infierno imaginario a causa de su supuesta inhumanidad. Ciertamente, la realidad no era celestial –pero mucho más próxima al cielo que la realidad comunista”.
(Extractos de “Consideraciones sobre el colapso del comunismo” en el libro “La responsabilidad de vivir” de Ediciones Altaya SA)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario