domingo, 9 de mayo de 2010

El "amor" de un líder por su pueblo...

Hilda Molina escribe:

“El 14 de Octubre (de 1962), el gobierno de EEUU había detectado la presencia de bases soviéticas de misiles nucleares en Cuba, por lo que el presidente John F. Kennedy decretó el cerco total de nuestra isla. Aunque el líder de la Unión Soviética, Nikita Krushev, se dispuso a buscar una solución a ese gravísimo conflicto, Fidel Castro, con su habitual intransigencia e irresponsabilidad, recomendó a los soviéticos el ataque a EEUU sin importarle que su insensible proposición implicara el exterminio del pueblo de Cuba y el lanzamiento del mundo al holocausto nuclear.”


(Extractos de “Mi verdad” de Hilda Molina – (Pág.66) – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2010)

El súbdito ideal


Escribe Hilda Molina:

“El prototipo de ciudadano ideal al régimen de Fidel Castro debe amar sobre todas las cosas al Estado y a su máximo líder, amarlos más que a Dios y más que a su propia familia; y rendirle, extasiado de emoción, un culto idolátrico al Comandante, convencido de que él es la sumatoria sacrosanta de la patria, la nación, el himno y la bandera. Ese ciudadano, que bajo ningún concepto puede ser católico, en infinita muestra de gratitud por las limosnas que le ofrece el gobierno, debe renunciar con alegría a su identidad y a todas las libertades y derechos que Dios le concedió al crearlo único e irrepetible.

No puede pensar con su propio cerebro, sino a través de los pensamientos de Fidel Castro y de su Partido Comunista; y, pletórico de dicha, debe destrozar sus propios sueños para hacer realidad los sueños y caprichos del Comandante. Ese ciudadano tiene que observar con obsecuencia y satisfacción los privilegios de la jerarquía dirigente y de sus familiares, y aplaudir y elogiar tales privilegios.
Aunque constate por doquier la descomposición social que corroe las entrañas de la patria: vicios, violencia, corrupción, prostitución….debe sentirse feliz de vivir en la sociedad más pura y limpia del mundo y en el país que es cuna y hogar del «hombre nuevo».

Tiene que llorar de felicidad, de orgullo y de emoción cuando es designado para cumplir cualquier misión del Comandante, no importa que ésta sea por tiempo indefinido y lejos de la patria. Ese ciudadano ideal, no obstante el peligro real de morir o quedar mutilado, debe marchar embargado de gozo de pelear en guerras ajenas para hacer feliz al Comandante.

Tiene que vibrar de admiración, de orgullo y de satisfacción cuando el Comandante insulte públicamente a los capitalistas al tiempo que mantiene una amistad entrañable con individuos que son paradigmas del capitalismo salvaje. Debe sentirse honrado y feliz si Fidel Castro y su revolución le dan la oportunidad de convertirse en sirviente o en esclavo de cualquier extranjero, no importa si es un aventurero o hasta un delincuente.

Ese ciudadano hipotéticamente ideal debe esforzarse al máximo para producir muchas divisas y llenarse de júbilo cuando los jefes del gobierno y del Partido cobran esas divisas. El ciudadano ideal al régimen de Fidel Castro debe agradecer a su Comandante la extraordinaria posibilidad de ser un individuo de última categoría en su propio país y de vivir en una Cuba para los extranjeros.

Debe comprender, pero bien comprendido, que él no es merecedor de ningún reconocimiento, porque su alegría mayor es hacer entrega sistemática de sus propios triunfos, méritos, logros, éxitos y hazañas y transferirlos al Comandante, único y verdadero héroe de la nación.

Ese hipotético ciudadano ideal debe reverenciar y rendir perenne tributo de gratitud a Fidel Castro cuando el máximo líder y su régimen le secuestren el alma, lo despersonalicen, le destrocen la autoestima, le pulvericen las esperanzas y los sueños, y lo transformen en un miembro sin nombre de una multitud sumisa y aterrorizada”


(Extractos de “Mi verdad” de Hilda Molina – (Pág.312 a 313) – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2010)

miércoles, 5 de mayo de 2010

Fidel Castro; un auténtico marxista

Escribe la médica cubana Hilda Molina:

“…..Pero el Fidel Castro original nunca estuvo satisfecho consigo mismo. Él ambicionaba ser el hombre más importante del planeta, el mejor del mundo y, frustrado porque sus humanas limitaciones le impedían satisfacer sus anhelos sobrehumanos, desarrolló un odio visceral hacia sí mismo. Fidel Castro se odiaba y, no conforme con su propio yo, cual un Frankestein contemporáneo y caribeño, se inventó, se fabricó otro Fidel Castro. ¿Cómo lo hizo? Aniquiló su alma, metamorfoseó su frustración en un ego descomunal y sumó ese ego a su carisma y a su privilegiada inteligencia, adiciones estas que generaron un monstruo capaz de apropiarse de un poder ilimitado y vitalicio. Y ha sido mediante ese poder, que él lo imagina lo equipara con Dios, que Fidel Castro ha alcanzado su obsesiva meta de erigirse en el mejor del mundo en todo. ¿Cómo? Ejerciendo una suerte de vampirismo emocional y espiritual, apoderándose de las voluntades y de las almas de millones de seres humanos cubanos y de otras tierras. Émulo inveterado de Alejandro Magno, cuyo nombre adoptó como su propio «nombre de guerra», Fidel Castro usó su poder para atribuirse los méritos militares de algunos cubanos bajo su mando, a los que puso al frente de las tropas cubanas que no sólo se involucraron en guerras ajenas y en aventuras bélicas en casi todos los continentes, sino que además fabricaron guerras desestabilizadoras en numerosos países”.

“Su poder le permitió también convertirse en un neurocirujano famoso, secuestrando la voluntad de la neurocirujano cubana que había roto esquemas en su país y que había logrado, con tesón y humildad, insertarse por derecho propio en la comunidad científica internacional. Gracias a su poder ha podido adjudicarse los méritos de miles de sacrificados y talentosos profesionales de la salud de la isla, transformándose en el héroe de la medicina cubana. De igual forma y desde el poder, ha usurpado los méritos de sus mejores compatriotas, y así ha sido y es el alfabetizador y el maestro más admirado del mundo, un multilaureado deportista olímpico, el mejor científico, el mejor profesor, el mejor músico, el mejor obrero agrícola, el mejor ingeniero……”

“Su omnímodo poder lo constituyó desde 1959 en dueño absoluto de Cuba, isla a la que ha manejado cual su hacienda particular, y en el amo inmisericorde de una dotación de más de once millones de esclavos, dotación por cierto repleta de esclavos cultos, inteligentes, creativos…..esclavos de lujo”.

“El culto a la personalidad de Fidel Castro tenía y tiene una de sus más insultantes expresiones en la magnitud y calidad de los servicios médicos concebidos, organizados y estructurados para su exclusiva atención. Me consta que disponía de tres clínicas, al menos de una ambulancia-hospital, y de una Unidad de Cuidados Intensivos emplazada en su avión particular”.

“Ignoro las características de los servicios médicos con que cuentan los jefes de Estado de otros países, pero opino que es totalmente censurable que en un mundo donde tantos seres humanos mueren por carecer hasta de un médico, existen mandatarios que, cual hace Fidel Castro, utilicen el poder no para servir a sus pueblos, sino para autoasignarse servicios de salud privilegiados, costosos y exclusivos, únicamente para ellos, y a los que los pueblos no tienen acceso”.

“Me duele el dolor de mi patria por la espantosa realidad que nos ha tocado vivir. Me duelen las realidades sobre Fidel Castro y su personalidad que he podido constatar a través de los sistemáticos intercambios que durante más de seis años sostuve con él. Porque Fidel Castro es sin duda un psicópata, un sociópata, o la síntesis de ambos. Y pertenece a la terrible cofradía de «iluminados», de «elegidos» que vienen al mundo cíclicamente y en cualquier lugar del orbe para devorar almas, destrozar autoestimas, pulverizar esperanzas, esparcir odio, conculcar derechos, pisotear libertades y convertir a sus conciudadanos en manadas sumisas, aterrorizadas y despersonalizadas. Ningún ser humano dueño de una personalidad mínimamente normal y con al menos un poco de alma y de corazón, es capaz de erigirse en Dios absoluto de sus congéneres ni de arrogarse la potestad de regir los pensamientos, las ideas, los gustos y los sentimientos de sus semejantes. Fidel Castro, al igual que los otros «iluminados» del pasado y del presente, ha decretado y decreta la ejecución física o la no menos asesina ejecución moral de todos aquellos que, aun pacíficamente, se deciden a recuperar sus voluntades, a recobrar sus identidades, a pensar con sus cerebros y a sentir con sus almas”

(Extractos de “Mi verdad” de Hilda Molina – (Pág.264 a 267) – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2010)