El socialismo es, ante todo, un conjunto de ideas que conduce a una sociedad ideal. En tal sociedad, se supone, todo funcionará armónicamente. Dejarán de existir los conflictos entre los distintos seres humanos debido a la óptima planificación de los recursos y la producción.
Para llevar a cabo esa sociedad ideal, se parte de la creencia de que “no existe la naturaleza humana intrínsecamente”, en la expresión de Adolfo Zerboglio, es decir, se supone que es el sistema de producción el que determina los pensamientos y acciones humanas, y no a la inversa. De ahí que sería cuestión de buscar el mejor sistema de producción y los seres humanos se adaptarán al mismo en cierto lapso de tiempo. Esta vez no deberíamos adaptarnos a la voluntad de Dios, o al orden natural, sino a la planificación social hecha por un hombre.
Es por ello que la libertad no es considerada como algo esencial para el socialista, por cuanto se considera que la libertad es un valor dentro de la sociedad capitalista, y que no ha de ser esencial en la sociedad comunista.
El socialismo presenta dos fases que es necesario tener presentes. Una es la etapa de transición desde el capitalismo al socialismo, en la que se hacen severas críticas al primero sin tratar de mejorarlo, sino que se busca reemplazarlo a través de la revolución, que puede adquirir características violentas. La segunda fase comienza con la “dictadura del proletariado” y sigue con la consolidación de la sociedad planificada y la adaptación mencionada.
Mientras que, para el pensamiento liberal, es prioritario el individuo antes que la sociedad, para el socialista es prioritaria la sociedad antes que el individuo, de ahí que, para él, la vida individual tiene poco valor, y menos aún la tendrá la de los opositores.
En cierta forma suponen constituir una especie de “clase elegida” o “pueblo elegido”, por cuanto atribuyen al capitalismo estatal (socialismo), y a la dictadura del proletariado, características de pleno humanismo, mientras que observan a los empresarios, comerciantes y profesionales (la burguesía) como personas carentes de aquellos atributos.
Describen la sociedad capitalista en una forma negativa, que no admite mejoras, sino que proponen su total derrumbamiento. Sostienen que existe una lucha entre opresores y oprimidos, que culmina con la explotación de estos últimos. Por el contrario, pueden verse en sociedades reales muchos “burgueses” que no presentan tales características, mientras que la competencia se da entre distintos empresarios, siendo los empleados y accionistas aliados de aquél para quien trabajan o en cuya empresa invierten su capital.
Así como muchos alemanes, luego de haber escuchado una, diez, mil, un millón de veces, que la culpa de todos sus males, y de Alemania, la tenían los judíos, lo que provocó el holocausto, los marxistas repiten una, diez, mil, un millón de veces, que la culpa de todos los males la tienen los burgueses explotadores, lo que también llevó al mayor genocidio del cual se tenga noticias (especialmente en la ex URSS y China).
Ante esa prédica, no es extraño que la “dictadura del proletariado” sea ejercida por gente llena de odio contra la clase burguesa (en general, la gente decente) y cuyas acciones estén motivadas por cierta necesidad de venganza.
Al promover la expropiación y estatización de los medios de producción, se concentra el poder económico en un partido, o en una persona, situación altamente riesgosa para los opositores, que son considerados “enemigos”.
En la sociedad ideal, existe igualdad de derechos, pero no de obligaciones, ya que se adopta aquella expresión de Marx: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. De ahí que los más capaces para trabajar deban hacer mayores aportes que los menos capaces, pero todos recibirán beneficios en forma igualitaria. Parece ser, sin embargo, que a pesar de los muchos años de comunismo en varios países, la población simplemente optó por trabajar al menor ritmo posible.
Mientras que el empresario, en una sociedad libre, debe innovar y aumentar la productividad, para no verse desplazado del mercado, el empresario, en el socialismo, no tiene esas necesidades, ya que sólo debe adaptarse a lo que viene planificado por los políticos a cargo de la planificación central. De ahí las grandes diferencias entre calidades en productos destinados a una misma utilidad.
En la sociedad libre han de ser los aspectos afectivos, es decir, netamente humanos, los vínculos de unión entre los hombres, mientras que en el socialismo han de serlo los medios de producción y el trabajo. En lugar de proponer una gran familia, el socialista propone una gran sociedad anónima.
Como los marxistas se consideran un sector “iluminado”, poseedor de la “verdad”, están deseosos de “liberar” a otros pueblos de la opresión capitalista, de ahí que en ellos surgen ambiciones imperialistas, especialmente cuando poseen cierto nivel de armamento.
No es fácil convencer a quienes siempre tienen en la mente una sociedad ideal, planificada, el socialismo, al cual se le opone una sociedad real e imperfecta. De todas formas, para ejemplificar las ventajas de la propiedad privada respecto a la propiedad estatal, considérese el caso de los elefantes y las jirafas, que no son de nadie (o son del Estado) estando en vías de extinción, mientras que los animales domésticos y el ganado, crecen en número por cuanto tienen dueños que los cuidan adecuadamente.
La muralla de Berlín, y otros aspectos carcelarios, no presentan inconvenientes a quienes aspiran a ocupar los puestos altos en la sociedad comunista que promueven. También es vista con agrado por quienes tienen muy pocas aspiraciones y que, en una sociedad igualitaria, se verán liberados de tener que envidiar a aquéllos que tienen proyectos, ambiciones y capacidad suficiente para hacerlos realidad.
El físico Andrei Sajarov, respecto de la sociedad soviética, expresó: “Atrincherada en su bienestar la minoría satisfecha…..”, haciendo referencia a la etapa en la que siempre queda estancada la utopía socialista, es decir, en la dictadura del proletariado y en el capitalismo estatal. Podemos decir que el mayor enemigo de esta utopía es la propia naturaleza humana.
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