A lo largo de la historia de la humanidad se han sucedido innumerables guerras entre distintos pueblos e incluso guerras internas, o civiles. Pasados los conflictos, les siguen épocas de rencor y venganzas, o bien épocas de búsqueda de un mejor entendimiento.
Como ejemplo de pueblos que mantienen vigentes los antagonismos históricos, tenemos el caso de israelitas y musulmanes, que incluso encuentran en el “ojo por ojo…..” bíblico y en la “guerra santa” islámica, fundamentos religiosos para mantener vivo el odio hacia el otro sector.
Como ejemplo de pueblos que han optado por mirar el futuro dejando atrás los conflictos del pasado, podemos mencionar a franceses y alemanes, cuyos países se enfrentaron en la Guerra franco-prusiana del siglo XIX, y en las dos Guerras Mundiales del siglo XX. Sin embargo, favorecidos principalmente por la creación de la Comunidad Europea, han optado por marchar juntos hacia el futuro en lugar de seguir alimentando el odio por lo ocurrido en épocas pasadas.
También en el siglo XX ocurrieron varias guerras civiles en las cuales se destacan las promovidas por los movimientos totalitarios de origen marxista; una de ellas fue la ocurrida en la década de los setenta en la Argentina. El objetivo final de esos movimientos era el triunfo socialista, a nivel mundial, liderado por la URSS. El principal opositor a ese objetivo fue EEUU. De ahí que los grupos antagónicos en conflicto, por lo general, recibían el apoyo de estas dos grandes potencias militares. Evitando un conflicto directo entre ambas potencias, lo que se denominó “guerra fría”, no pudieron, o no quisieron, evitar los diversos conflictos militares en gran parte del planeta.
En la Argentina, los principales movimientos a favor del totalitarismo eran los Montoneros, encargados de la guerrilla urbana, y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), encargado de la guerrilla rural. Entre ambos produjeron, entre 1969 y 1979, 21.642 actos de terrorismo, 1.750 secuestros extorsivos y unos 850 asesinatos.
Entre las tácticas guerrilleras podemos mencionar las empleadas por Mao Tse Tung: “Cuando el enemigo avanza violentamente, yo me bato en retirada; cuando busca evitar la batalla, yo lo ataco; cuando él se detiene y acampa, yo lo hostigo; cuando él se retira, yo lo persigo y lo destruyo”.
Asociado a las guerras militares, existen las guerras ideológicas que incluyen propaganda y difamación del sector opositor. Así, en la Argentina, las Fuerzas Armadas nacionales logran imponerse militarmente, pero fueron derrotadas posteriormente por la propaganda marxista que tiene una vigencia inusitada después de varias décadas de finalizado el conflicto. El lema adoptado para este éxito parece ser aquella expresión de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”.
En la década de los setenta, se hablaba de la “guerra sucia”, debido a las diversas formas de terrorismo empleadas por el sector marxista. Una de las formas de combatir a la policía, y a las fuerzas armadas, era el simple asesinato de la persona que iba por la calle vestida con su uniforme reglamentario. Así, Pablo Pozzi, ex integrante del ERP, manifestó: “Para llegar a ser un «militante» partidario había que haber realizado por lo menos una acción armada”, mientras que los aspirantes a Montoneros debían “realizar una práctica militar paulatina que culmine con su participación en la ejecución de un cana (policía)” (Citas de “Los mitos setentistas”-Agustín Laje Arrigoni-Buenos Aires 2011).
El simple policía que ve caer asesinados a sus compañeros y que sabe que tarde o temprano correrá la misma suerte, reacciona en una forma similar y, como en cualquier guerra, deja de lado los ideales de la patria o del cumplimiento del deber, y lucha simplemente por su supervivencia. Los excesos se van sucediendo y la cantidad de caídos se incrementa día a día. Con el tiempo, los policías y militares argentinos asesinados son olvidados sin pena ni gloria, mientras que sus internacionales ejecutores, cuando finalmente caen abatidos, son considerados “héroes” y sus familiares reciben cuantiosas indemnizaciones por parte del Estado.
Uno de los primeros conflictos armados de envergadura acontece en Tucumán. Agustín Laje Arrigoni escribe: “Cuando se supo lo que estaba ocurriendo en Tucumán, las autoridades intentaron desactivar la guerrilla empleando un despliegue espectacular de quinientos policías (trescientos federales y doscientos provinciales), armados con ametralladoras y lanzacohetes, entre otros equipamientos pesados. Para sorpresa de muchos, las fuerzas de seguridad fueron derrotadas por los guerrilleros, pues cayeron en lo que se conoce como un vacío táctico. Algo similar ocurría en las comisarías, donde la policía comenzaba a atrincherarse, dada la superioridad de la guerrilla también en territorio urbano”. Uno de los máximos dirigentes de Montoneros, Roberto Perdía, expresó: “Montoneros tenían unos dos mil trescientos oficiales; unos doce mil miembros sumados los aspirantes, y unas ciento veinte mil personas agregando a la gente más o menos organizada que adhería a nuestra propuesta”
En la actualidad, para acusar a las Fuerzas Armadas nacionales de “genocidio”, y para aplicarles la justicia de épocas de paz, y no de conflictos armados, se dice que “no existió una guerra”, sino que sólo estuvo el bando militar matando a los “jóvenes idealistas” que protestaban contra la dictadura, o cosas semejantes. Rodolfo Galimberti, ex Montonero, expresó: “No fue un enfrentamiento entre jóvenes románticos y el Ejército. Había un proyecto político y se luchaba por imponerlo. Fue una guerra civil, la más irracional de las guerras. Hubo excesos de los dos bandos y no los podemos calificar por la cantidad o por la magnitud de los excesos”.
El ex montonero Luis Labraña (quien escribe uno de los prólogos de “Los mitos setentistas”) expresó: “No nos hagamos más los pacifistas a conveniencia. Aquí hubo una guerra. Pese a lo que digan los vendedores de memoria. Y quienes lo niegan faltan a la verdad y ofenden la convicción y la valentía de quienes murieron en ambas trincheras. Negar la guerra, a la cual nos referíamos en nuestros documentos como «guerra revolucionaria, popular y prolongada», es hacernos quedar como niñitos estúpidos de un jardín de infantes. Nosotros fuimos héroes en tiempos de guerra. Y en la otra trinchera también. Nadie debe apropiarse de la sangre y del dolor de los que escribieron la historia de los ’70”.
También se dice que los guerrilleros “luchaban contra la dictadura y a favor de la democracia”. Sin embargo, luego de la toma del poder por parte de los militares, se vuelve a la democracia, mientras que todavía en Cuba sigue imperando una dictadura militar impuesta desde el año 1959. Recordemos que los guerrilleros pretendían imponernos un régimen similar al cubano, una especie de cárcel soviética, mediante medios nada “democráticos”. Se buscaba “el modelo del partido único; el modelo de los comandantes; el modelo del autoritarismo; la imitación del modelo cubano” (Jorge Masetti, ex combatiente del ERP). Mientras que el ex Montonero Ernesto Jauretche expresó: “La comandancia y la conducción de Montoneros radica en Cuba. Montoneros nace y muere en La Habana” (Citado en “Los mitos setentistas”).
Otras de las versiones recientes pretende hacernos ver que la violencia desatada se estableció contra la dictadura militar, y no en épocas democráticas. Sin embargo, gran parte de la guerra se desarrolló antes del año 1976, en que toma el gobierno la Junta Militar. Agustín Laje Arrigoni escribe: “El temor y la inseguridad eran asuntos cotidianos, y tanto es así, que en junio de 1975 los medios informaban que «desde el advenimiento de la democracia el 25 de mayo de 1973, hasta el momento, se habían producido 5097 hechos terroristas»”.
La cantidad de desaparecidos ha sido aumentada “artificialmente” para beneficiarse, los supuestos damnificados, con las indemnizaciones otorgadas por el Estado Nacional, mientras que poco se tienen en cuenta los “ajusticiamientos” internos propios de las organizaciones terroristas. Agustín Laje Arrigoni escribe: “Los códigos de justicia revolucionaria, tanto en Montoneros como en el ERP, fueron aplicados por una parodia de juzgado denominado Tribunal Revolucionario, que en numerosas ocasiones terminaba ordenando la ejecución de camaradas de armas”. “Los últimos datos que han surgido son los revelados por la ex miembro de la CONADEP Graciela Fernández Meijide, quien afirmó que había 7.954 desaparecidos y se preguntaba: «¿Con qué derecho se habla de 30.000 desaparecidos cuando había un conteo de 9.000?»”.
En cuanto al “genocidio argentino”, que tan mal deja la imagen del país ante propios y extraños, el ex guerrillero Luis Labraña comenta: “Acá no hubo genocidio. Partamos de lo elemental: genocidio es la persecución y/o la destrucción de un pueblo. Se puede aplicar a los judíos, a los gitanos, a los armenios…pero acá no se dio eso: acá hubo una guerra. Lo que podés discutir es el poder de las fuerzas que se enfrentan, y quién enfrentó a quién. Porque no te olvides que fuimos nosotros los que los enfrentamos a ellos. No es que había paz y el Ejército salió a buscarnos a nosotros y a matarnos. Nosotros salimos a provocar la guerra”.
Debe mencionarse algo que puede considerarse como una falta de respeto a la dignidad humana cuando se ha designado, como directivo de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, a Eduardo Luis Duhalde, uno de los fundadores del ERP, organización que tantos asesinatos provocó en la población argentina. Tal personaje nunca mostró arrepentimiento público por su accionar, para que su función tuviese algún tipo de legitimidad. Incluso desde los medios masivos de comunicación como en libros destinados a alumnos secundarios, se sigue difundiendo la ideología que tantas víctimas produjo en décadas pasadas, quizás pretendiendo volver a situaciones similares a las del pasado.
Finalmente, queda por decir que el único camino para la reconciliación de los argentinos se ha de encontrar a través de la verdad. Se ha perdido, hasta ahora, esa posibilidad, por cuanto se ha tergiversado totalmente la realidad histórica. Nótese que gran parte de los argentinos no pretende que queden sin condena los militares que cometieron actos ilícitos, pero tampoco justifica que se juzgue a todo militar por haber cumplido con su deber de soldado combatiendo fuerzas de ocupación impulsadas por un imperialismo extranjero. Pretende también que sean juzgados los autores materiales e intelectuales de los atentados y asesinatos efectuados contra la población argentina, en lugar de rendirles homenajes explícitos por su accionar delictivo. Tampoco debemos olvidar que vale tanto la vida de un guerrillero cubano como la de un simple ciudadano argentino.
lunes, 26 de septiembre de 2011
jueves, 26 de mayo de 2011
Semejanzas y diferencias entre el nazismo y el marxismo
Cada vez que aparece un dictador que tiende a someter a toda una Nación, luego de hacerse cargo del Estado, surgen dudas respecto de la forma en que más conviene definirlo; fascista, marxista, nazi o alguna otra denominación. Ello se debe a que los gobiernos totalitarios han tenido algunas semejanzas, pero también han tenido diferencias notables. Entre las principales semejanzas podemos encontrar las siguientes:
1- Preferencia del dictador por ejercer un gobierno totalitario despreciando al liberalismo (democracia + economía de mercado).
2- Tendencia a tener en la mente un enemigo real o ficticio para justificar su acción política.
3- Aceptación de la posibilidad de la lucha armada y del asesinato de los opositores.
4- Proclamación de consignas dirigidas al hombre masa, no al individuo pensante.
Mientras que los nazis tenían como enemigos a los judíos, los marxistas tenían como enemigos a los empresarios y a la “burguesía” como clase social. En un caso se promovía la discriminación racial mientras que en el otro caso se promovía el odio de clases. Si alguien repite miles de veces que la culpa de todos los males de un país la tiene tal o cual grupo étnico o social, no necesitará ordenar ataques hacia ese sector porque ya ha sembrado la semilla del odio a un nivel generalizado.
Por estas razones, los principales autores intelectuales de los asesinatos masivos ocurridos en el siglo XX son Hitler y Marx, predicando el primero el odio racial y el segundo el odio de clases. Stéphane Curtois escribió:
“Los hechos son testarudos y ponen de manifiesto que los regimenes comunistas cometieron crímenes que afectaron a unas cien millones de personas, contra unos veinticinco millones de personas aproximadamente del nazismo”
“Los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza». La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de una «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa. La remodelación de estas dos sociedades fue contemplada de la misma manera, incluso aunque los criterios de exclusión no fueran los mismos” (De “El libro negro del comunismo”- Stéphane Curtois y otros-Ediciones B-Barcelona 2010).
En cuanto a las diferencias de actitud, podemos citar algunas:
1- El nazi, dentro de su peligrosidad, resulta ser más “sincero” que el marxista, ya que manifiesta abiertamente su doctrina destructiva.
2- El nazi desprecia al que supone inferior. mientras que el marxista odia al que supone superior.
Existen relatos de testigos, durante la Segunda Guerra Mundial, que afirman que la ideología nazi no promovía el odio a los judíos, sino que los convencía de que eran seres vivientes de poco valor y que había que eliminarlos con poco o ningún remordimiento. Por el contrario, el marxista se siente inferior, sobre todo económicamente, a sus enemigos y por ello utiliza métodos ocultos ante sus futuras victimas y ante la opinión pública.
Quienes se identifican con las tendencias totalitarias, se sienten personajes “elegidos” (por Dios, por la naturaleza, por la historia, etc.) para llevar a cabo su misión. Al respecto Hitler escribió: “La naturaleza eterna se venga sin piedad cuando se transgreden sus órdenes. Por eso es que creo obrar de acuerdo con los designios del Todopoderoso, nuestro creador, ya que: Al defenderme del judío, combato para defender la obra del señor” (De “Mi doctrina”-Editorial de temas contemporáneos-Buenos Aires 1985).
En el caso del marxismo, sus adeptos se consideran “el pueblo elegido”, el único capaz de captar las ineludibles leyes de la historia. Hanna Arendt escribió: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable del miembro individual. Esta exigencia es formulada por los dirigentes de los movimientos totalitarios incluso antes de la llegada al poder. Precede usualmente a la organización total del país bajo su dominio y se deduce de la afirmación de sus ideologías de que su organización abarcará a su debido tiempo a toda la raza humana” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Editorial Aguilar SA-Buenos Aires 2010).
El totalitarismo marxista, por lo general, está motivado por intenciones destructivas como medio para la conquista del poder absoluto. Siendo la mentira su principal arma ideológica, acusan de mentirosos a todos sus opositores, con la consiguiente falta de credibilidad hacia la mayor parte de los medios de información. Hanna Arendt escribió: “No resultó accidental el que sus revolucionarios [europeos] comenzaran a adoptar también el fanatismo revolucionario típicamente ruso que miraba hacia el futuro, no para cambiar las condiciones sociales o políticas, sino para lograr la destrucción radical de todos los credos, valores e instituciones existentes”.
En cuanto al fascismo, desarrollado principalmente en Italia bajo el liderazgo de Benito Mussolini, puede decirse que produjo víctimas a una escala mucho menor que la provocada por el marxismo y por los nazis. Walter Montenegro escribió: “El fascismo proclama: «La inmutable, benéfica y provechosa desigualdad de clases» (Mussolini); el derecho inmanente de los «mejores» a gobernar; la «predestinación» de las elites (los mejores) a manejar los asuntos de la colectividad; el derecho privilegiado de esas elites, sobre el individuo; los principios inviolables de la disciplina, la autoridad y la jerarquía; la misión de «sacrificio y heroísmo de las elites, inspirada en el heroísmo y la santidad»; la actitud de renunciamiento a la comodidad y al bienestar, a cambio de «vivir peligrosamente», en busca de la superación; la supeditación de los valores materiales de la vida a los del espíritu” (De “Introducción a las doctrinas político-económicas”¨-Fondo de Cultura Económica-Bogotá 1956)
A pesar de los catastróficos hechos acontecidos durante el siglo XX, la prédica marxista todavía sigue convenciendo a muchos intelectuales y a las masas de muchos países. Stéphane Curtois escribió: “La atención excepcional otorgada a los crímenes hitlerianos está perfectamente justificada. Responde a la voluntad de los supervivientes de testificar, de los investigadores de comprender y de las autoridades morales y políticas de confirmar los valores democráticos. Pero ¿por qué ese débil eco en la opinión pública de los testimonios relativos a los crímenes comunistas? ¿Por qué ese silencio incómodo de los políticos? Y, sobre todo, ¿por qué ese silencio «académico» sobre la catástrofe comunista que ha afectado, desde hace ochenta años, a cerca de una tercera parte del género humano en cuatro continentes?”.
Esta especie de encubrimiento colectivo ha podido observarse también en la Argentina respecto de la década de los 70. Los marxistas iniciaron una lucha violenta buscando la toma del poder. Esa lucha fue rechazada en forma igualmente violenta, muchas veces en forma ilegal, por parte de las Fuerzas Armadas. Ninguno de los bandos mostró arrepentimiento; incluso el que inició la contienda buscó posteriormente la venganza. La opinión pública ha condenado, merecidamente, el accionar militar, pero ha disculpado totalmente al bando marxista. Abel Posee escribió:
“El «principio de la muerte» estaba instalado en la Argentina desde 1970, desde aquel asesinato-venganza del general Aramburu ejecutado por un grupo de jóvenes peronistas, católicos militantes, que cedieron a la tentación de la «lucha armada» para impulsar el retorno de Perón y desalojar a los militares que usurpaban el poder. De paso se vengaban de los fusilamientos de 1956. Habían optado por la vía del terrorismo y la prolongaron cuando ya el peronismo había ganado las elecciones, con Cámpora, y aún después, con Perón en el poder, y con su viuda”.
“Los jóvenes «trotscristianos» se habían cebado en sangre. Estaban copados por la imagen romántica del guevarismo y de la revolución cubana y creían en la dictadura para desviar el peronismo a un socialismo. Lo cierto es que el 24 de marzo de 1976 la Argentina era un erial agobiado que esperaba el golpe militar como una lluvia de verano que borraría con la resaca politiquera y con la runfla que rodeaba a Isabel Perón”.
“Con la ingenuidad de nuestro irracionalismo político se pensaba en una elección próxima, democrática, recomponedora. La justicia logró censar 22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979, 5215 atentados con explosivos, 1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños, etc. Galimberti, el más interesante, lúcido y perverso miembro de la fuerza subversiva, pudo decir con naturalidad: «Hubo un día en que matamos a 19 vigilantes»” (De “Consagración de la muerte”-Diario La Nación-Buenos Aires 24/3/2006).
Alguna vez el escritor Aldous Huxley expresó que: “Si hay guerra, es porque la gente quiere que haya guerra”. También podemos decir que si existen los totalitarismos y el terrorismo, es porque la gente quiere que existan y porque existe muy poca predisposición para oponerse a su accionar y a sus ideologías.
1- Preferencia del dictador por ejercer un gobierno totalitario despreciando al liberalismo (democracia + economía de mercado).
2- Tendencia a tener en la mente un enemigo real o ficticio para justificar su acción política.
3- Aceptación de la posibilidad de la lucha armada y del asesinato de los opositores.
4- Proclamación de consignas dirigidas al hombre masa, no al individuo pensante.
Mientras que los nazis tenían como enemigos a los judíos, los marxistas tenían como enemigos a los empresarios y a la “burguesía” como clase social. En un caso se promovía la discriminación racial mientras que en el otro caso se promovía el odio de clases. Si alguien repite miles de veces que la culpa de todos los males de un país la tiene tal o cual grupo étnico o social, no necesitará ordenar ataques hacia ese sector porque ya ha sembrado la semilla del odio a un nivel generalizado.
Por estas razones, los principales autores intelectuales de los asesinatos masivos ocurridos en el siglo XX son Hitler y Marx, predicando el primero el odio racial y el segundo el odio de clases. Stéphane Curtois escribió:
“Los hechos son testarudos y ponen de manifiesto que los regimenes comunistas cometieron crímenes que afectaron a unas cien millones de personas, contra unos veinticinco millones de personas aproximadamente del nazismo”
“Los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza». La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de una «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa. La remodelación de estas dos sociedades fue contemplada de la misma manera, incluso aunque los criterios de exclusión no fueran los mismos” (De “El libro negro del comunismo”- Stéphane Curtois y otros-Ediciones B-Barcelona 2010).
En cuanto a las diferencias de actitud, podemos citar algunas:
1- El nazi, dentro de su peligrosidad, resulta ser más “sincero” que el marxista, ya que manifiesta abiertamente su doctrina destructiva.
2- El nazi desprecia al que supone inferior. mientras que el marxista odia al que supone superior.
Existen relatos de testigos, durante la Segunda Guerra Mundial, que afirman que la ideología nazi no promovía el odio a los judíos, sino que los convencía de que eran seres vivientes de poco valor y que había que eliminarlos con poco o ningún remordimiento. Por el contrario, el marxista se siente inferior, sobre todo económicamente, a sus enemigos y por ello utiliza métodos ocultos ante sus futuras victimas y ante la opinión pública.
Quienes se identifican con las tendencias totalitarias, se sienten personajes “elegidos” (por Dios, por la naturaleza, por la historia, etc.) para llevar a cabo su misión. Al respecto Hitler escribió: “La naturaleza eterna se venga sin piedad cuando se transgreden sus órdenes. Por eso es que creo obrar de acuerdo con los designios del Todopoderoso, nuestro creador, ya que: Al defenderme del judío, combato para defender la obra del señor” (De “Mi doctrina”-Editorial de temas contemporáneos-Buenos Aires 1985).
En el caso del marxismo, sus adeptos se consideran “el pueblo elegido”, el único capaz de captar las ineludibles leyes de la historia. Hanna Arendt escribió: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable del miembro individual. Esta exigencia es formulada por los dirigentes de los movimientos totalitarios incluso antes de la llegada al poder. Precede usualmente a la organización total del país bajo su dominio y se deduce de la afirmación de sus ideologías de que su organización abarcará a su debido tiempo a toda la raza humana” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Editorial Aguilar SA-Buenos Aires 2010).
El totalitarismo marxista, por lo general, está motivado por intenciones destructivas como medio para la conquista del poder absoluto. Siendo la mentira su principal arma ideológica, acusan de mentirosos a todos sus opositores, con la consiguiente falta de credibilidad hacia la mayor parte de los medios de información. Hanna Arendt escribió: “No resultó accidental el que sus revolucionarios [europeos] comenzaran a adoptar también el fanatismo revolucionario típicamente ruso que miraba hacia el futuro, no para cambiar las condiciones sociales o políticas, sino para lograr la destrucción radical de todos los credos, valores e instituciones existentes”.
En cuanto al fascismo, desarrollado principalmente en Italia bajo el liderazgo de Benito Mussolini, puede decirse que produjo víctimas a una escala mucho menor que la provocada por el marxismo y por los nazis. Walter Montenegro escribió: “El fascismo proclama: «La inmutable, benéfica y provechosa desigualdad de clases» (Mussolini); el derecho inmanente de los «mejores» a gobernar; la «predestinación» de las elites (los mejores) a manejar los asuntos de la colectividad; el derecho privilegiado de esas elites, sobre el individuo; los principios inviolables de la disciplina, la autoridad y la jerarquía; la misión de «sacrificio y heroísmo de las elites, inspirada en el heroísmo y la santidad»; la actitud de renunciamiento a la comodidad y al bienestar, a cambio de «vivir peligrosamente», en busca de la superación; la supeditación de los valores materiales de la vida a los del espíritu” (De “Introducción a las doctrinas político-económicas”¨-Fondo de Cultura Económica-Bogotá 1956)
A pesar de los catastróficos hechos acontecidos durante el siglo XX, la prédica marxista todavía sigue convenciendo a muchos intelectuales y a las masas de muchos países. Stéphane Curtois escribió: “La atención excepcional otorgada a los crímenes hitlerianos está perfectamente justificada. Responde a la voluntad de los supervivientes de testificar, de los investigadores de comprender y de las autoridades morales y políticas de confirmar los valores democráticos. Pero ¿por qué ese débil eco en la opinión pública de los testimonios relativos a los crímenes comunistas? ¿Por qué ese silencio incómodo de los políticos? Y, sobre todo, ¿por qué ese silencio «académico» sobre la catástrofe comunista que ha afectado, desde hace ochenta años, a cerca de una tercera parte del género humano en cuatro continentes?”.
Esta especie de encubrimiento colectivo ha podido observarse también en la Argentina respecto de la década de los 70. Los marxistas iniciaron una lucha violenta buscando la toma del poder. Esa lucha fue rechazada en forma igualmente violenta, muchas veces en forma ilegal, por parte de las Fuerzas Armadas. Ninguno de los bandos mostró arrepentimiento; incluso el que inició la contienda buscó posteriormente la venganza. La opinión pública ha condenado, merecidamente, el accionar militar, pero ha disculpado totalmente al bando marxista. Abel Posee escribió:
“El «principio de la muerte» estaba instalado en la Argentina desde 1970, desde aquel asesinato-venganza del general Aramburu ejecutado por un grupo de jóvenes peronistas, católicos militantes, que cedieron a la tentación de la «lucha armada» para impulsar el retorno de Perón y desalojar a los militares que usurpaban el poder. De paso se vengaban de los fusilamientos de 1956. Habían optado por la vía del terrorismo y la prolongaron cuando ya el peronismo había ganado las elecciones, con Cámpora, y aún después, con Perón en el poder, y con su viuda”.
“Los jóvenes «trotscristianos» se habían cebado en sangre. Estaban copados por la imagen romántica del guevarismo y de la revolución cubana y creían en la dictadura para desviar el peronismo a un socialismo. Lo cierto es que el 24 de marzo de 1976 la Argentina era un erial agobiado que esperaba el golpe militar como una lluvia de verano que borraría con la resaca politiquera y con la runfla que rodeaba a Isabel Perón”.
“Con la ingenuidad de nuestro irracionalismo político se pensaba en una elección próxima, democrática, recomponedora. La justicia logró censar 22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979, 5215 atentados con explosivos, 1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños, etc. Galimberti, el más interesante, lúcido y perverso miembro de la fuerza subversiva, pudo decir con naturalidad: «Hubo un día en que matamos a 19 vigilantes»” (De “Consagración de la muerte”-Diario La Nación-Buenos Aires 24/3/2006).
Alguna vez el escritor Aldous Huxley expresó que: “Si hay guerra, es porque la gente quiere que haya guerra”. También podemos decir que si existen los totalitarismos y el terrorismo, es porque la gente quiere que existan y porque existe muy poca predisposición para oponerse a su accionar y a sus ideologías.
lunes, 3 de enero de 2011
La izquierda igualitaria
Muchos izquierdistas no comparten las opiniones favorables que en estos tiempos recibe la República China. Recordemos que ese país, con un gobierno socialista en lo político, adoptó la economía de mercado desde hace varios años. La no aceptación, por parte de ese sector, proviene de su preferencia por una “economía igualitaria”.
Podemos imaginar el caso de un habitante chino de hace algunos años atrás, cuando carecía de heladera, cocina y otros electrodomésticos. Si alguien le propone un tipo de economía que le permitirá obtener ventajas económicas y así adquirir los elementos que faltan en su hogar, seguramente habría aceptado sin inconvenientes.
Un partidario de la izquierda igualitaria habría advertido que en los años anteriores, la carencia de los artefactos mencionados era compartida por la mayoría de la población, y que en ese entonces había “igualdad”. Se opondrá a la mejora prevista por cuanto es “desigualitaria”, ya que en la economía de mercado unos ganarán más que otros y ello creará “desigualdad social”.
Para la izquierda igualitaria, no es tan importante la pobreza en sí como la desigualdad económica, por cuanto no admite la existencia de otro tipo de valores en las personas. En lugar de observar los problemas económicos individuales, con los inconvenientes asociados a la pobreza, observa los efectos sociales que las mentes competitivas y envidiosas han de padecer. De ahí que para ellos resulta tan válido aumentar el nivel económico de los que menos tienen como reducir el de quienes más poseen.
En lugar de adaptarse a la sociedad y a las leyes naturales que rigen al comportamiento humano, restringiendo el nivel de competitividad y envidia, desde la izquierda igualitaria se pretende todavía que sea el propio orden social el que deba cambiar para evitar el padecimiento de los que no admiten perder en la competencia económica (en la cual no debieron participar). Por el contrario, el individuo que valora los aspectos afectivos y culturales de la vida, dedicará pocos de sus pensamientos a quienes tienen mayores ingresos monetarios.
Luego de los importantes avances económicos logrados en China, y las mejoras sustanciales logradas en algunos países latinoamericanos (Brasil, principalmente), impulsados por gobernantes de origen socialista, podría pensarse que se abrirían las puertas de muchos países a la posibilidad de encontrar en la economía de mercado el principio de la solución de muchos problemas sociales y de pobreza. Sin embargo, sorpresivamente nos encontramos con una tenaz oposición de los que aspiran a ese “socialismo igualitario”.
Incluso para este sector, la mayor ambición y esperanza radica en poder algún día contemplar el colapso total de los EEUU. Ello provocaría también un gran colapso a nivel mundial, pero debemos recordar que la izquierda igualitaria busca siempre la “igualdad”, de ahí que, para ellos, no habría inconvenientes si la catástrofe termina con varios cientos de millones de personas en la miseria, pero eso sí, iguales.
La izquierda igualitaria sigue convencida de los éxitos del socialismo soviético de las primeras épocas, la edad dorada del socialismo. Sin embargo, existen opiniones que afirman que nunca existió tal época dorada. Alexandr Solyenitzin, escritor ruso en la era soviética, expresó en una conferencia dada en EEUU:
“Pero del mismo modo que nos sentimos aliados a ustedes, existe otra alianza…..A primera vista parece extraña, asombrosa, pero pensándolo bien hasta resulta muy fundada y comprensible. Es la alianza de nuestros lideres comunistas y vuestros capitalistas…..Esta alianza no es nueva. El célebre Armand Hammer, que todavía vive, inició esta relación realizando los primeros contactos en vida de Lenin, durante los años iniciales de la revolución. Tales contactos resultaron muy fructíferos y desde aquel entonces prosiguieron a lo largo de cincuenta años, de modo que puede observarse un apoyo ininterrumpido y constante de los hombres de negocio occidentales, quienes ayudaron a los dirigentes comunistas soviéticos en su absurda y torpe orientación económica, que jamás hubiera podido vencer las dificultades que entrañaba sin esa ayuda técnica y material. El mismo Stalin reconoció que dos tercios de todo lo necesario se había recibido de Occidente” (De “En la lucha por la libertad” – Alexandr Solyenitzin - Emecé Editores – Buenos Aires 1976).
Por otra parte, el destacado físico soviético Andrei Sajarov escribió: “La comparación de los logros de la URSS en el campo de la ciencia, la técnica y la economía, con los obtenidos por los países extranjeros lo demuestra con toda claridad. No es casualidad que sea precisamente en nuestro país donde, durante años, se hayan visto privados de su normal desarrollo muchos y prometedores intentos científicos de la biología y la cibernética, mientras, revestidas de suntuosos colores, la demagogia descarada, la ignorancia y la charlatanería ganaban floreciente la luz pública. No es casualidad que hayan sido realizados en otros países todos los hallazgos importantes de la ciencia y de la técnica modernas: la mecánica cuántica, las nuevas partículas elementales, la fisión del uranio; el descubrimiento de los antibióticos y de la mayoría de los nuevos preparados farmacéuticos de alta efectividad; la invención del transistor, de las calculadoras electrónicas y del rayo láser; la generación de nuevas especies vegetales de gran rendimiento agrícola, el descubrimiento de otros componentes de la «revolución verde» y la creación de una nueva tecnología de la agricultura, la industria y la construcción” (De “Mi país y el mundo” – Andrei Sajarov - Editorial Noguer SA – Barcelona 1976).
En cuanto a los intercambios comerciales y tecnológicos concretos, William E. Simon escribió: “La Unión Soviética es vista por muchos norteamericanos y por gente de todo el mundo como ejemplo de una primitiva nación pastoril que se transformo en un gran poder industrial moderno gracias a una sola cosa: colectivización y planificación centralizada”.
“La verdad es muy distinta: el sistema económico soviético no funciona. Desde el principio de su proceso ha debido apoyarse en el capitalismo occidental, sobre todo en el capitalismo norteamericano. Hacia 1921, cuatro años después de la deposición del zar, los bolcheviques habían terminado de destruir la economía zarista y debieron enfrentar los efectos de su revolución. Ante la fuerza de las circunstancias, a Lenin se le ocurrió una idea brillante: abandonaría el «comunismo puro» y crearía su Nueva Política Económica. Así, en ese año, invitó a los capitalistas de Occidente para que reconstruyeran la economía rusa. Lenin se consideró maquiavélico al inventar su Nueva Política Económica que describió como «convivencia industrial con los capitalistas» y declaró: «tan pronto estemos lo suficientemente fuertes como para voltear al capitalismo, lo agarraremos por la garganta»”.
“Los capitalistas occidentales, que no sabían nada de esos venenos ideológicos pero, en cambio, todo lo referente a producción y obtención de beneficios, mordieron la carnada rusa. Lenin les ofreció generosas «concesiones» a cambio de la rápida industrialización de Rusia. Los industriales norteamericanos y europeos cayeron de rodillas en su celo por servir a los soviéticos. Por ejemplo, la International Barnsdall Corporation y la Standard Oil, ganaron licitaciones para excavación de pozos petrolíferos. Stuart, James & Cooke, Inc., reorganizaron las minas de carbón rusas. La International General Electric Company vendió a Moscú equipo eléctrico y otras importantes firmas estadounidenses – Westinghouse, Du Pont, RCA- contribuyeron de diversas maneras”.
“Durante la década del 30 nuestros hombres de negocios embarcaron replicas de complejos centros de producción norteamericana y los instalaron en la Unión Soviética como si fueran gigantescos juegos para armar. La firma Arthur G. Mackee, de Cleveland, proveyó el equipo para las enormes acerías de Magnitogorsk, John G. Calder, de Detroit, equipó e instaló el material para plantas de tractores construidas en Cheliabinsk, Henry Ford y la Austin Company proveyeron los elementos para instalar una gran fábrica de automóviles en Gorki. El coronel Hugh Cooper, creador de Muscle Shoals Dam, diseñó y construyó el gigantesco complejo hidroeléctrico situado en Dniepostroi”.
“Las más grandiosas «realizaciones bolcheviques» de la década del 30 que sirvieron para glorificar al comunismo en todo el mundo y convencieron a dos generaciones de intelectuales norteamericanos y europeos de la potencia económica de la URSS, y de la eficiencia de la planificación centralizada, fueron realizaciones del capitalismo occidental”.
“En 1941 la Unión Soviética pedía desesperadamente ayuda a Occidente para luchar contra los ejércitos de Hitler y entonces se produjo el fenómeno conocido como préstamo-arriendo. Entre 1941 y 1945 una enorme cantidad de bienes fue enviada a Rusia por aire y mar: materia prima, maquinaria, herramientas, plantas industriales completas, etc. Lo que se mandó equivalió a más de un tercio de la producción industrial soviética anterior a la guerra”.
“Una vez concluida la guerra, la dictadura comunista, protegida por acuerdos privados entre Roosevelt y Stalin, saqueó las naciones conquistadas”. “Según Keller informa, el cuarenta y uno por ciento del equipo industrial alemán fue desmantelado, embalado y transportado a Rusia”.
“A lo largo de la década del 50, mientras los soviéticos importaban tecnología, sus exportaciones consistían casi exclusivamente de productos no manufacturados. Durante las décadas del 60 y del 70, el esquema industrial de la URSS era, en esencia, el mismo esquema preindustrial que existía en la década del 20” (De “La hora de la verdad” de William E. Simon –Emecé Editores SA – Buenos Aires 1980).
Mientras que el hombre masa se caracteriza, entre otros aspectos, por no agradecer lo que recibe, sino en ser exigente, el marxista igualitario, siguiendo la actitud de Lenin antes mencionada, no sólo se caracteriza por no agradecer lo que recibe y en ser exigente, ya que también trata de destruir a quien lo favorece.
Podemos imaginar el caso de un habitante chino de hace algunos años atrás, cuando carecía de heladera, cocina y otros electrodomésticos. Si alguien le propone un tipo de economía que le permitirá obtener ventajas económicas y así adquirir los elementos que faltan en su hogar, seguramente habría aceptado sin inconvenientes.
Un partidario de la izquierda igualitaria habría advertido que en los años anteriores, la carencia de los artefactos mencionados era compartida por la mayoría de la población, y que en ese entonces había “igualdad”. Se opondrá a la mejora prevista por cuanto es “desigualitaria”, ya que en la economía de mercado unos ganarán más que otros y ello creará “desigualdad social”.
Para la izquierda igualitaria, no es tan importante la pobreza en sí como la desigualdad económica, por cuanto no admite la existencia de otro tipo de valores en las personas. En lugar de observar los problemas económicos individuales, con los inconvenientes asociados a la pobreza, observa los efectos sociales que las mentes competitivas y envidiosas han de padecer. De ahí que para ellos resulta tan válido aumentar el nivel económico de los que menos tienen como reducir el de quienes más poseen.
En lugar de adaptarse a la sociedad y a las leyes naturales que rigen al comportamiento humano, restringiendo el nivel de competitividad y envidia, desde la izquierda igualitaria se pretende todavía que sea el propio orden social el que deba cambiar para evitar el padecimiento de los que no admiten perder en la competencia económica (en la cual no debieron participar). Por el contrario, el individuo que valora los aspectos afectivos y culturales de la vida, dedicará pocos de sus pensamientos a quienes tienen mayores ingresos monetarios.
Luego de los importantes avances económicos logrados en China, y las mejoras sustanciales logradas en algunos países latinoamericanos (Brasil, principalmente), impulsados por gobernantes de origen socialista, podría pensarse que se abrirían las puertas de muchos países a la posibilidad de encontrar en la economía de mercado el principio de la solución de muchos problemas sociales y de pobreza. Sin embargo, sorpresivamente nos encontramos con una tenaz oposición de los que aspiran a ese “socialismo igualitario”.
Incluso para este sector, la mayor ambición y esperanza radica en poder algún día contemplar el colapso total de los EEUU. Ello provocaría también un gran colapso a nivel mundial, pero debemos recordar que la izquierda igualitaria busca siempre la “igualdad”, de ahí que, para ellos, no habría inconvenientes si la catástrofe termina con varios cientos de millones de personas en la miseria, pero eso sí, iguales.
La izquierda igualitaria sigue convencida de los éxitos del socialismo soviético de las primeras épocas, la edad dorada del socialismo. Sin embargo, existen opiniones que afirman que nunca existió tal época dorada. Alexandr Solyenitzin, escritor ruso en la era soviética, expresó en una conferencia dada en EEUU:
“Pero del mismo modo que nos sentimos aliados a ustedes, existe otra alianza…..A primera vista parece extraña, asombrosa, pero pensándolo bien hasta resulta muy fundada y comprensible. Es la alianza de nuestros lideres comunistas y vuestros capitalistas…..Esta alianza no es nueva. El célebre Armand Hammer, que todavía vive, inició esta relación realizando los primeros contactos en vida de Lenin, durante los años iniciales de la revolución. Tales contactos resultaron muy fructíferos y desde aquel entonces prosiguieron a lo largo de cincuenta años, de modo que puede observarse un apoyo ininterrumpido y constante de los hombres de negocio occidentales, quienes ayudaron a los dirigentes comunistas soviéticos en su absurda y torpe orientación económica, que jamás hubiera podido vencer las dificultades que entrañaba sin esa ayuda técnica y material. El mismo Stalin reconoció que dos tercios de todo lo necesario se había recibido de Occidente” (De “En la lucha por la libertad” – Alexandr Solyenitzin - Emecé Editores – Buenos Aires 1976).
Por otra parte, el destacado físico soviético Andrei Sajarov escribió: “La comparación de los logros de la URSS en el campo de la ciencia, la técnica y la economía, con los obtenidos por los países extranjeros lo demuestra con toda claridad. No es casualidad que sea precisamente en nuestro país donde, durante años, se hayan visto privados de su normal desarrollo muchos y prometedores intentos científicos de la biología y la cibernética, mientras, revestidas de suntuosos colores, la demagogia descarada, la ignorancia y la charlatanería ganaban floreciente la luz pública. No es casualidad que hayan sido realizados en otros países todos los hallazgos importantes de la ciencia y de la técnica modernas: la mecánica cuántica, las nuevas partículas elementales, la fisión del uranio; el descubrimiento de los antibióticos y de la mayoría de los nuevos preparados farmacéuticos de alta efectividad; la invención del transistor, de las calculadoras electrónicas y del rayo láser; la generación de nuevas especies vegetales de gran rendimiento agrícola, el descubrimiento de otros componentes de la «revolución verde» y la creación de una nueva tecnología de la agricultura, la industria y la construcción” (De “Mi país y el mundo” – Andrei Sajarov - Editorial Noguer SA – Barcelona 1976).
En cuanto a los intercambios comerciales y tecnológicos concretos, William E. Simon escribió: “La Unión Soviética es vista por muchos norteamericanos y por gente de todo el mundo como ejemplo de una primitiva nación pastoril que se transformo en un gran poder industrial moderno gracias a una sola cosa: colectivización y planificación centralizada”.
“La verdad es muy distinta: el sistema económico soviético no funciona. Desde el principio de su proceso ha debido apoyarse en el capitalismo occidental, sobre todo en el capitalismo norteamericano. Hacia 1921, cuatro años después de la deposición del zar, los bolcheviques habían terminado de destruir la economía zarista y debieron enfrentar los efectos de su revolución. Ante la fuerza de las circunstancias, a Lenin se le ocurrió una idea brillante: abandonaría el «comunismo puro» y crearía su Nueva Política Económica. Así, en ese año, invitó a los capitalistas de Occidente para que reconstruyeran la economía rusa. Lenin se consideró maquiavélico al inventar su Nueva Política Económica que describió como «convivencia industrial con los capitalistas» y declaró: «tan pronto estemos lo suficientemente fuertes como para voltear al capitalismo, lo agarraremos por la garganta»”.
“Los capitalistas occidentales, que no sabían nada de esos venenos ideológicos pero, en cambio, todo lo referente a producción y obtención de beneficios, mordieron la carnada rusa. Lenin les ofreció generosas «concesiones» a cambio de la rápida industrialización de Rusia. Los industriales norteamericanos y europeos cayeron de rodillas en su celo por servir a los soviéticos. Por ejemplo, la International Barnsdall Corporation y la Standard Oil, ganaron licitaciones para excavación de pozos petrolíferos. Stuart, James & Cooke, Inc., reorganizaron las minas de carbón rusas. La International General Electric Company vendió a Moscú equipo eléctrico y otras importantes firmas estadounidenses – Westinghouse, Du Pont, RCA- contribuyeron de diversas maneras”.
“Durante la década del 30 nuestros hombres de negocios embarcaron replicas de complejos centros de producción norteamericana y los instalaron en la Unión Soviética como si fueran gigantescos juegos para armar. La firma Arthur G. Mackee, de Cleveland, proveyó el equipo para las enormes acerías de Magnitogorsk, John G. Calder, de Detroit, equipó e instaló el material para plantas de tractores construidas en Cheliabinsk, Henry Ford y la Austin Company proveyeron los elementos para instalar una gran fábrica de automóviles en Gorki. El coronel Hugh Cooper, creador de Muscle Shoals Dam, diseñó y construyó el gigantesco complejo hidroeléctrico situado en Dniepostroi”.
“Las más grandiosas «realizaciones bolcheviques» de la década del 30 que sirvieron para glorificar al comunismo en todo el mundo y convencieron a dos generaciones de intelectuales norteamericanos y europeos de la potencia económica de la URSS, y de la eficiencia de la planificación centralizada, fueron realizaciones del capitalismo occidental”.
“En 1941 la Unión Soviética pedía desesperadamente ayuda a Occidente para luchar contra los ejércitos de Hitler y entonces se produjo el fenómeno conocido como préstamo-arriendo. Entre 1941 y 1945 una enorme cantidad de bienes fue enviada a Rusia por aire y mar: materia prima, maquinaria, herramientas, plantas industriales completas, etc. Lo que se mandó equivalió a más de un tercio de la producción industrial soviética anterior a la guerra”.
“Una vez concluida la guerra, la dictadura comunista, protegida por acuerdos privados entre Roosevelt y Stalin, saqueó las naciones conquistadas”. “Según Keller informa, el cuarenta y uno por ciento del equipo industrial alemán fue desmantelado, embalado y transportado a Rusia”.
“A lo largo de la década del 50, mientras los soviéticos importaban tecnología, sus exportaciones consistían casi exclusivamente de productos no manufacturados. Durante las décadas del 60 y del 70, el esquema industrial de la URSS era, en esencia, el mismo esquema preindustrial que existía en la década del 20” (De “La hora de la verdad” de William E. Simon –Emecé Editores SA – Buenos Aires 1980).
Mientras que el hombre masa se caracteriza, entre otros aspectos, por no agradecer lo que recibe, sino en ser exigente, el marxista igualitario, siguiendo la actitud de Lenin antes mencionada, no sólo se caracteriza por no agradecer lo que recibe y en ser exigente, ya que también trata de destruir a quien lo favorece.
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