domingo, 9 de mayo de 2010

El súbdito ideal


Escribe Hilda Molina:

“El prototipo de ciudadano ideal al régimen de Fidel Castro debe amar sobre todas las cosas al Estado y a su máximo líder, amarlos más que a Dios y más que a su propia familia; y rendirle, extasiado de emoción, un culto idolátrico al Comandante, convencido de que él es la sumatoria sacrosanta de la patria, la nación, el himno y la bandera. Ese ciudadano, que bajo ningún concepto puede ser católico, en infinita muestra de gratitud por las limosnas que le ofrece el gobierno, debe renunciar con alegría a su identidad y a todas las libertades y derechos que Dios le concedió al crearlo único e irrepetible.

No puede pensar con su propio cerebro, sino a través de los pensamientos de Fidel Castro y de su Partido Comunista; y, pletórico de dicha, debe destrozar sus propios sueños para hacer realidad los sueños y caprichos del Comandante. Ese ciudadano tiene que observar con obsecuencia y satisfacción los privilegios de la jerarquía dirigente y de sus familiares, y aplaudir y elogiar tales privilegios.
Aunque constate por doquier la descomposición social que corroe las entrañas de la patria: vicios, violencia, corrupción, prostitución….debe sentirse feliz de vivir en la sociedad más pura y limpia del mundo y en el país que es cuna y hogar del «hombre nuevo».

Tiene que llorar de felicidad, de orgullo y de emoción cuando es designado para cumplir cualquier misión del Comandante, no importa que ésta sea por tiempo indefinido y lejos de la patria. Ese ciudadano ideal, no obstante el peligro real de morir o quedar mutilado, debe marchar embargado de gozo de pelear en guerras ajenas para hacer feliz al Comandante.

Tiene que vibrar de admiración, de orgullo y de satisfacción cuando el Comandante insulte públicamente a los capitalistas al tiempo que mantiene una amistad entrañable con individuos que son paradigmas del capitalismo salvaje. Debe sentirse honrado y feliz si Fidel Castro y su revolución le dan la oportunidad de convertirse en sirviente o en esclavo de cualquier extranjero, no importa si es un aventurero o hasta un delincuente.

Ese ciudadano hipotéticamente ideal debe esforzarse al máximo para producir muchas divisas y llenarse de júbilo cuando los jefes del gobierno y del Partido cobran esas divisas. El ciudadano ideal al régimen de Fidel Castro debe agradecer a su Comandante la extraordinaria posibilidad de ser un individuo de última categoría en su propio país y de vivir en una Cuba para los extranjeros.

Debe comprender, pero bien comprendido, que él no es merecedor de ningún reconocimiento, porque su alegría mayor es hacer entrega sistemática de sus propios triunfos, méritos, logros, éxitos y hazañas y transferirlos al Comandante, único y verdadero héroe de la nación.

Ese hipotético ciudadano ideal debe reverenciar y rendir perenne tributo de gratitud a Fidel Castro cuando el máximo líder y su régimen le secuestren el alma, lo despersonalicen, le destrocen la autoestima, le pulvericen las esperanzas y los sueños, y lo transformen en un miembro sin nombre de una multitud sumisa y aterrorizada”


(Extractos de “Mi verdad” de Hilda Molina – (Pág.312 a 313) – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2010)

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