Cada vez que aparece un dictador que tiende a someter a toda una Nación, luego de hacerse cargo del Estado, surgen dudas respecto de la forma en que más conviene definirlo; fascista, marxista, nazi o alguna otra denominación. Ello se debe a que los gobiernos totalitarios han tenido algunas semejanzas, pero también han tenido diferencias notables. Entre las principales semejanzas podemos encontrar las siguientes:
1- Preferencia del dictador por ejercer un gobierno totalitario despreciando al liberalismo (democracia + economía de mercado).
2- Tendencia a tener en la mente un enemigo real o ficticio para justificar su acción política.
3- Aceptación de la posibilidad de la lucha armada y del asesinato de los opositores.
4- Proclamación de consignas dirigidas al hombre masa, no al individuo pensante.
Mientras que los nazis tenían como enemigos a los judíos, los marxistas tenían como enemigos a los empresarios y a la “burguesía” como clase social. En un caso se promovía la discriminación racial mientras que en el otro caso se promovía el odio de clases. Si alguien repite miles de veces que la culpa de todos los males de un país la tiene tal o cual grupo étnico o social, no necesitará ordenar ataques hacia ese sector porque ya ha sembrado la semilla del odio a un nivel generalizado.
Por estas razones, los principales autores intelectuales de los asesinatos masivos ocurridos en el siglo XX son Hitler y Marx, predicando el primero el odio racial y el segundo el odio de clases. Stéphane Curtois escribió:
“Los hechos son testarudos y ponen de manifiesto que los regimenes comunistas cometieron crímenes que afectaron a unas cien millones de personas, contra unos veinticinco millones de personas aproximadamente del nazismo”
“Los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza». La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de una «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa. La remodelación de estas dos sociedades fue contemplada de la misma manera, incluso aunque los criterios de exclusión no fueran los mismos” (De “El libro negro del comunismo”- Stéphane Curtois y otros-Ediciones B-Barcelona 2010).
En cuanto a las diferencias de actitud, podemos citar algunas:
1- El nazi, dentro de su peligrosidad, resulta ser más “sincero” que el marxista, ya que manifiesta abiertamente su doctrina destructiva.
2- El nazi desprecia al que supone inferior. mientras que el marxista odia al que supone superior.
Existen relatos de testigos, durante la Segunda Guerra Mundial, que afirman que la ideología nazi no promovía el odio a los judíos, sino que los convencía de que eran seres vivientes de poco valor y que había que eliminarlos con poco o ningún remordimiento. Por el contrario, el marxista se siente inferior, sobre todo económicamente, a sus enemigos y por ello utiliza métodos ocultos ante sus futuras victimas y ante la opinión pública.
Quienes se identifican con las tendencias totalitarias, se sienten personajes “elegidos” (por Dios, por la naturaleza, por la historia, etc.) para llevar a cabo su misión. Al respecto Hitler escribió: “La naturaleza eterna se venga sin piedad cuando se transgreden sus órdenes. Por eso es que creo obrar de acuerdo con los designios del Todopoderoso, nuestro creador, ya que: Al defenderme del judío, combato para defender la obra del señor” (De “Mi doctrina”-Editorial de temas contemporáneos-Buenos Aires 1985).
En el caso del marxismo, sus adeptos se consideran “el pueblo elegido”, el único capaz de captar las ineludibles leyes de la historia. Hanna Arendt escribió: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable del miembro individual. Esta exigencia es formulada por los dirigentes de los movimientos totalitarios incluso antes de la llegada al poder. Precede usualmente a la organización total del país bajo su dominio y se deduce de la afirmación de sus ideologías de que su organización abarcará a su debido tiempo a toda la raza humana” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Editorial Aguilar SA-Buenos Aires 2010).
El totalitarismo marxista, por lo general, está motivado por intenciones destructivas como medio para la conquista del poder absoluto. Siendo la mentira su principal arma ideológica, acusan de mentirosos a todos sus opositores, con la consiguiente falta de credibilidad hacia la mayor parte de los medios de información. Hanna Arendt escribió: “No resultó accidental el que sus revolucionarios [europeos] comenzaran a adoptar también el fanatismo revolucionario típicamente ruso que miraba hacia el futuro, no para cambiar las condiciones sociales o políticas, sino para lograr la destrucción radical de todos los credos, valores e instituciones existentes”.
En cuanto al fascismo, desarrollado principalmente en Italia bajo el liderazgo de Benito Mussolini, puede decirse que produjo víctimas a una escala mucho menor que la provocada por el marxismo y por los nazis. Walter Montenegro escribió: “El fascismo proclama: «La inmutable, benéfica y provechosa desigualdad de clases» (Mussolini); el derecho inmanente de los «mejores» a gobernar; la «predestinación» de las elites (los mejores) a manejar los asuntos de la colectividad; el derecho privilegiado de esas elites, sobre el individuo; los principios inviolables de la disciplina, la autoridad y la jerarquía; la misión de «sacrificio y heroísmo de las elites, inspirada en el heroísmo y la santidad»; la actitud de renunciamiento a la comodidad y al bienestar, a cambio de «vivir peligrosamente», en busca de la superación; la supeditación de los valores materiales de la vida a los del espíritu” (De “Introducción a las doctrinas político-económicas”¨-Fondo de Cultura Económica-Bogotá 1956)
A pesar de los catastróficos hechos acontecidos durante el siglo XX, la prédica marxista todavía sigue convenciendo a muchos intelectuales y a las masas de muchos países. Stéphane Curtois escribió: “La atención excepcional otorgada a los crímenes hitlerianos está perfectamente justificada. Responde a la voluntad de los supervivientes de testificar, de los investigadores de comprender y de las autoridades morales y políticas de confirmar los valores democráticos. Pero ¿por qué ese débil eco en la opinión pública de los testimonios relativos a los crímenes comunistas? ¿Por qué ese silencio incómodo de los políticos? Y, sobre todo, ¿por qué ese silencio «académico» sobre la catástrofe comunista que ha afectado, desde hace ochenta años, a cerca de una tercera parte del género humano en cuatro continentes?”.
Esta especie de encubrimiento colectivo ha podido observarse también en la Argentina respecto de la década de los 70. Los marxistas iniciaron una lucha violenta buscando la toma del poder. Esa lucha fue rechazada en forma igualmente violenta, muchas veces en forma ilegal, por parte de las Fuerzas Armadas. Ninguno de los bandos mostró arrepentimiento; incluso el que inició la contienda buscó posteriormente la venganza. La opinión pública ha condenado, merecidamente, el accionar militar, pero ha disculpado totalmente al bando marxista. Abel Posee escribió:
“El «principio de la muerte» estaba instalado en la Argentina desde 1970, desde aquel asesinato-venganza del general Aramburu ejecutado por un grupo de jóvenes peronistas, católicos militantes, que cedieron a la tentación de la «lucha armada» para impulsar el retorno de Perón y desalojar a los militares que usurpaban el poder. De paso se vengaban de los fusilamientos de 1956. Habían optado por la vía del terrorismo y la prolongaron cuando ya el peronismo había ganado las elecciones, con Cámpora, y aún después, con Perón en el poder, y con su viuda”.
“Los jóvenes «trotscristianos» se habían cebado en sangre. Estaban copados por la imagen romántica del guevarismo y de la revolución cubana y creían en la dictadura para desviar el peronismo a un socialismo. Lo cierto es que el 24 de marzo de 1976 la Argentina era un erial agobiado que esperaba el golpe militar como una lluvia de verano que borraría con la resaca politiquera y con la runfla que rodeaba a Isabel Perón”.
“Con la ingenuidad de nuestro irracionalismo político se pensaba en una elección próxima, democrática, recomponedora. La justicia logró censar 22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979, 5215 atentados con explosivos, 1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños, etc. Galimberti, el más interesante, lúcido y perverso miembro de la fuerza subversiva, pudo decir con naturalidad: «Hubo un día en que matamos a 19 vigilantes»” (De “Consagración de la muerte”-Diario La Nación-Buenos Aires 24/3/2006).
Alguna vez el escritor Aldous Huxley expresó que: “Si hay guerra, es porque la gente quiere que haya guerra”. También podemos decir que si existen los totalitarismos y el terrorismo, es porque la gente quiere que existan y porque existe muy poca predisposición para oponerse a su accionar y a sus ideologías.
jueves, 26 de mayo de 2011
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